Ya tardaban los jerarcas del régimen cubano en “morder la mano” que intenta ayudar al pueblo. Apenas unas horas después de que el gobierno de Estados Unidos ofreciera asistencia humanitaria para enfrentar las devastadoras consecuencias del huracán Melissa, altos funcionarios del Partido Comunista reaccionaron con indignación y desprecio, mostrando una vez más su desconexión total con la realidad de los cubanos comunes.
Roberto Morales Ojeda, miembro del Buró Político y secretario de Organización del Comité Central del Partido, fue uno de los primeros en pronunciarse. “Indigna ofrecimiento de ayuda a damnificados por huracán del secretario de Estado Rubio. Si fuera sincera voluntad de ese gobierno de apoyar a nuestro pueblo, habrían levantado sin condiciones el bloqueo criminal y eliminado de lista de Estados patrocinadores del terrorismo”, escribió en redes sociales.
Pero mientras los dirigentes se enredan en su retórica política, miles de familias en las provincias orientales de Cuba viven una pesadilla. Las intensas lluvias y vientos de Melissa destruyeron viviendas, carreteras, cosechas y redes eléctricas. Hay pueblos enteros sin alimentos, sin agua potable y sin techo. En las provincias orientales muchos lo perdieron todo y hoy dependen de la solidaridad de sus vecinos.
El discurso oficial insiste en rechazar cualquier ayuda que provenga de Washington, como si aceptar apoyo humanitario fuera una afrenta ideológica. Sin embargo, lo cierto es que quienes más sufren son los mismos que el régimen dice defender: los pobres, los ancianos, los niños sin leche ni medicinas, las familias que duermen sobre colchones empapados o bajo techos improvisados.
La cúpula gobernante, en cambio, no conoce de penurias. Viven con privilegios, rodeados de lujos, alimentos importados y seguridad garantizada, mientras el pueblo debe ingeniárselas para sobrevivir entre apagones, escasez y represión. A ellos poco les importa el hambre en los barrios ni el dolor de las madres que no tienen cómo alimentar a sus hijos.
Si los funcionarios de La Habana realmente quisieran saber si el pueblo necesita ayuda de Estados Unidos, solo tendrían que salir de sus oficinas climatizadas y preguntar a los damnificados de Holguín, Granma o Santiago de Cuba. Escucharían la respuesta clara y desesperada de un pueblo que no rechaza el pan que viene de ninguna parte, porque el hambre no entiende de ideologías.
Rechazar la ayuda externa mientras se alardea de “dignidad nacional” es una burla cruel a quienes lo han perdido todo. En lugar de tender la mano al mundo, el régimen prefiere mantener el control absoluto sobre cualquier recurso, desviar lo que llega y repartirlo según conveniencia política. Así funciona su maquinaria de poder: sostener la miseria para garantizar la obediencia.
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