Un nuevo derrumbe en Centro Habana vuelve a poner sobre la mesa la dramática realidad del deterioro habitacional en la capital cubana. La Tijera ha recibido imágenes impactantes que muestran un colapso ocurrido en la calle Belascoaín entre Ánimas y Laguna.

Hasta el momento no se ha confirmado si hay víctimas.

Estos derrumbes no son hechos aislados. Basta con recorrer Centro Habana, La Habana Vieja o San Leopoldo para ver fachadas apuntaladas con maderos, balcones a punto de caer y techos que amenazan con desplomarse en cualquier momento. En los últimos meses se han reportado tragedias similares, algunas con pérdidas humanas, que pasan rápidamente al olvido sin que se ofrezcan soluciones reales.

La precariedad de los edificios responde a décadas de abandono y falta de mantenimiento. Muchas familias viven hacinadas en inmuebles construidos hace más de un siglo, que nunca han recibido reparaciones estructurales adecuadas.

Mientras tanto, el gobierno destina recursos millonarios a hoteles de lujo que permanecen vacíos, mientras miles de habaneros rezan cada noche para que sus techos aguanten un día más.

El miedo es constante. Para muchos, la lluvia no es solo señal de humedad o charcos, sino de paredes que ceden, de vigas que se quiebran y de la posibilidad de no ver el amanecer. El silencio oficial agrava la situación: no hay estadísticas claras, no se publican planes de prevención, y las familias afectadas quedan a merced de la buena voluntad de vecinos y conocidos.

Este nuevo derrumbe en Belascoaín debe servir de alerta, no como un episodio aislado, sino como un reflejo de la profunda crisis habitacional en Cuba. No se trata de un accidente fortuito, sino del resultado de años de negligencia.

La población espera respuestas y acciones concretas, no más consignas vacías, porque detrás de cada escombro hay historias, familias y sueños que se desmoronan junto con las paredes de una ciudad que se cae a pedazos.

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