En una reciente emisión del programa oficialista "Mesa Redonda", Mariela Castro Espín —directora del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), diputada del régimen cubano e hija del exmandatario Raúl Castro— emitió declaraciones profundamente controversiales y cargadas de antisemitismo.
La funcionaria negó abiertamente la existencia del pueblo judío, reduciendo su identidad a una simple religión, y acusó a las víctimas del Holocausto de haberse "victimizado de manera exagerada" para justificar la ocupación de territorios en Palestina.
Durante su intervención, Castro afirmó que los judíos utilizaron “mitos bíblicos” para legitimar la creación del Estado de Israel y vinculó el sionismo con el nazismo, calificándolo como un movimiento "supremacista político" estrechamente relacionado con el fascismo.
Estas afirmaciones no solo tergiversan de manera grosera la historia, sino que también reproducen narrativas peligrosas que fomentan el odio y la desinformación desde una tribuna estatal.
Las declaraciones de Castro han sido fuertemente rechazadas por la comunidad hebrea en Cuba, que las calificó como un ejemplo de “profundo antisemitismo” y una muestra de “total desconocimiento y tergiversación histórica”.
La comunidad recordó que el pueblo judío, lejos de ser un “ocupante”, ha sido históricamente víctima de persecuciones, desplazamientos y genocidios, viviendo en diáspora por siglos.
Además, se advirtió sobre el impacto que este tipo de discurso puede tener en la vida cotidiana de los judíos en Cuba, especialmente los estudiantes, quienes podrían enfrentar estigmatización o discriminación como consecuencia directa de estas expresiones irresponsables. Cuando una figura de poder como Mariela Castro difunde ideas negacionistas y antisemitas, no solo pone en riesgo la convivencia social, sino que legitima discursos de odio desde las estructuras mismas del Estado.
Estas afirmaciones no deben interpretarse como simples opiniones personales, sino como expresiones oficiales del régimen cubano, que a menudo utiliza a sus voceros para reforzar narrativas políticas alineadas con sus intereses ideológicos.
En este caso, se trata de una peligrosa alianza entre el negacionismo histórico y el oportunismo político.
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