En Panamá, las protestas son una realidad cotidiana que demuestra que, aunque imperfecta, la democracia panameña permite a su población alzar la voz. En estos días, miles de trabajadores, docentes y sindicatos se han volcado a las calles para rechazar reformas impopulares como la Ley 462 que afecta el sistema de seguridad social.
Esta huelga indefinida ha generado un impacto económico severo, afectando principalmente al turismo y a la industria bananera, pero también ha dejado en claro que en Panamá, sí se puede protestar.
El gremio hotelero reporta cancelaciones masivas de turistas tanto nacionales como internacionales, ante los cierres de vías hacia regiones clave como Chiriquí y Bocas del Toro. Esto ha obligado a muchos establecimientos a cerrar temporalmente, lo que representa pérdidas millonarias para un sector que aún se recupera de crisis pasadas. La situación también ha afectado al comercio, con una baja de hasta 20 % en ventas en algunos centros comerciales.
En la provincia de Bocas del Toro, epicentro del cultivo de banano, las protestas han paralizado las fincas. Chiquita Panamá calcula que ya se han perdido más de 10 millones de dólares y que más de 900 mil cajas de banano no se han podido exportar. Más de 30 mil personas, directa o indirectamente, dependen de esta industria. Aun así, los trabajadores se han unido a la protesta, decididos a ejercer su derecho a manifestarse.
Ahora bien, cuando se compara esta situación con la de países como Cuba, la diferencia es abismal. En Cuba, cualquier intento de protesta es rápidamente reprimido por el Estado. Las manifestaciones pacíficas son ilegales y quienes las intentan sufren detenciones, acoso o incluso cárcel. No hay espacio para disentir ni visibilidad para las demandas ciudadanas.
En cambio, en Panamá, aunque las protestas generan molestias y consecuencias económicas, son permitidas y visibles. La ciudadanía tiene el poder de tomar las calles, de exigir cambios y de influir en el debate nacional. Esa es una libertad que vale, aunque tenga costos.
Panamá enfrenta un momento difícil, pero lo hace ejerciendo derechos que en otros países ni siquiera existen. La protesta es una señal de vida democrática, aunque duela. Porque el silencio, como el que impera en Cuba, cuesta mucho más.
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