Cada 4 de octubre, en Cuba, el eco de los tambores y las oraciones anuncia el día de Orula, el orisha de la sabiduría y la adivinación. No es solo una fecha religiosa: es el momento en que muchos cubanos miran hacia el porvenir buscando claridad en medio de la incertidumbre. En la religión yoruba, Orula —también conocido como Orunmila— es el testigo del destino humano, el guardián del oráculo de Ifá y el que conoce los secretos de la vida y la muerte. Su palabra, interpretada por los babalawos, ofrece consejo, equilibrio y esperanza.
El culto a Orula llegó a Cuba con los esclavos yorubas y sobrevivió gracias a la inteligencia espiritual del sincretismo. En tiempos coloniales, los practicantes lo asociaron con San Francisco de Asís, el santo católico de la humildad y el amor a la naturaleza, cuya festividad también se celebra el 4 de octubre. Así, bajo la imagen de San Francisco, los fieles pudieron rendir culto a su verdadero orisha sin ser perseguidos. Aun hoy, en muchos hogares y templos cubanos, una estampa del santo convive con los colores verde y amarillo de Orula, símbolos de sabiduría y vida.
En este día, los creyentes preparan altares, encienden velas, colocan frutas y ofrendas, y agradecen los consejos recibidos. Es costumbre también realizar consultas al oráculo de Ifá, en busca de respuestas o advertencias. No se trata de superstición: para los seguidores de esta fe, la adivinación es una ciencia espiritual que permite entender los desequilibrios y hallar caminos para corregirlos.
Pero el significado del 4 de octubre trasciende lo individual. En Cuba, el oráculo de Ifá se manifiesta de manera colectiva cada inicio de año, cuando los babalawos publican la Letra del Año, una suerte de guía moral y profética para el país. En 2025, la Letra fue regida por Shangó, acompañado de Oshún, con el signo Ogunda Ogbe. Su mensaje hablaba de salud, justicia y prudencia ante conflictos sociales. También advertía sobre la necesidad de actuar con humildad y rectitud, evitando la violencia y el abuso de poder.
A lo largo del año, no pocos han visto reflejadas esas advertencias en la realidad cotidiana: los problemas económicos, las tensiones sociales, el éxodo de familias enteras y el cansancio acumulado. Para muchos creyentes, el cumplimiento de la Letra no es literal, sino espiritual. Se interpreta como una vibración que marca el clima del año, y cuyo propósito es alertar, prevenir y guiar. El día de Orula, entonces, es también una jornada de reflexión a mitad de camino: un momento para revisar si se han seguido los consejos del oráculo o si la sociedad continúa alejándose del equilibrio que este propone.
Orula, el sabio, no castiga ni impone. Enseña. En su filosofía, cada persona es responsable de su destino, pero solo quien escucha puede transformarlo. Esa enseñanza cobra sentido en la Cuba actual, donde la incertidumbre económica y social exige más que resistencia: sabiduría. Y en ese terreno, la religión yoruba —con sus signos, sus rezos y su ética ancestral— sigue siendo un refugio de sentido y un espacio de identidad cultural.
Celebrar el 4 de octubre es, por tanto, un acto de fe y de memoria. Es recordar que, incluso en medio de los tiempos más duros, el conocimiento y la espiritualidad pueden iluminar el camino. En un país que a menudo parece vivir bajo el signo del silencio, el oráculo de Ifá aún habla. Y lo hace con la voz de Orula, el sabio eterno, recordando que la verdad puede revelarse, si todavía estamos dispuestos a escucharla.
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