En Pinar del Río, varias familias cubanas sobreviven en condiciones extremas dentro del hospital abandonado de Guanito, un edificio que alguna vez funcionó como sanatorio antituberculoso y hospital psiquiátrico.
Hoy, tras décadas de abandono, se ha convertido en un refugio informal donde la precariedad y la falta de servicios básicos marcan cada día.
Los residentes enfrentan una vida sin agua corriente ni electricidad. Para cubrir sus necesidades más elementales, improvisan con cubetas, cocinan con leña o carbón y dependen de vecinos para obtener agua potable.
El costo de un saco de carbón puede alcanzar hasta 700 pesos y el gas nunca llega. Los alimentos, cuando los hay, son escasos y solo en ocasiones elaborados en la cafetería local. Según el creador de contenido Abelito Nemo, actualmente viven unas siete familias en este lugar, donde los vestigios del hospital aún son visibles: consultorios destruidos, baños rotos y una farmacia saqueada, evidencia del abandono sistemático del Estado.
El caso del hospital de Guanito no es aislado. En todo el país, más de 30,000 familias viven sobre pisos de tierra, mientras que más de 110,000 viviendas están en mal o regular estado, y el déficit habitacional supera las 800,000 viviendas. En ciudades como La Habana, el edificio Riomar en Miramar ha sido ocupado por personas sin hogar, quienes sobreviven sin electricidad ni agua, entre ruinas que alguna vez fueron apartamentos de lujo.
El gobierno ha intentado responder con la instalación de casas hechas con contenedores marítimos en algunas provincias, pero estas soluciones generan dudas sobre su capacidad para proteger a las familias del clima y garantizar condiciones dignas de vida.
Mientras tanto, los barrios informales continúan creciendo, sin reconocimiento legal y sin acceso a servicios públicos, lo que profundiza la exclusión social y urbanística.
La situación de estas familias evidencia una crisis estructural que combina vivienda insuficiente, abandono estatal y condiciones de vida precarias que afectan a miles de cubanos. Los hospitales cerrados, edificios saqueados y barrios improvisados se han convertido en la realidad de quienes no tienen a dónde ir.
Mientras algunos luchan por sobrevivir en medio de ruinas, la pregunta que queda es cómo garantizar el derecho a una vivienda digna en un país donde la precariedad se ha normalizado.
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