La escena se volvió viral: un supuesto “cubano de a pie” se acercaba al Encargado de Negocios de la Embajada de Estados Unidos en La Habana, Mike Hammer, durante su visita personal a Varadero, para cuestionarlo con frases cargadas del discurso oficialista. Sin embargo, lo que muchos sospechaban acaba de confirmarse: el protagonista no era un ciudadano común, sino un cederista premiado, vinculado directamente a la Seguridad del Estado.

La página de Facebook La Tijera publicó pruebas contundentes que confirman el fraude. En junio de 2023, el mismo individuo ya había sido premiado como “Cederista Destacado” durante una reunión del X Congreso de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), celebrada precisamente en Plaza América, en el mismo balneario de Varadero. La coincidencia no deja margen a la duda: el hombre fue parte de una operación cuidadosamente planificada por la Seguridad del Estado para montar un espectáculo propagandístico contra Estados Unidos y, de paso, intentar desacreditar la presencia diplomática en la isla.

Nada fue espontáneo. Ni las palabras, ni el momento, ni la aparición de cámaras que grabaron convenientemente toda la escena. El guion fue claro: el agente encubierto fingió sorpresa al ver a Hammer, lo saludó y, sin demora, lanzó una serie de preguntas y acusaciones dirigidas a reforzar el discurso castrista. Entre sus líneas ensayadas, repitió que el problema del turismo era culpa del “bloqueo”, que el pueblo cubano “quiere la Revolución”, y exigió el fin de las sanciones estadounidenses.

Lo que este agente olvidó —y que la cúpula del régimen omite sistemáticamente— es que la profunda crisis que atraviesa Cuba es producto de un sistema obsoleto y represivo, no de factores externos. El desabastecimiento, la inflación galopante, la migración masiva y la represión política son responsabilidad directa del modelo impuesto por el Partido Comunista. Culpar al “bloqueo” mientras el país se desangra por la corrupción interna y la ineficiencia institucional ya no convence a nadie, ni dentro ni fuera de la isla.

El propio Mike Hammer había advertido que lo estaban filmando durante su recorrido. Lo que parecía paranoia resultó ser una anticipación precisa del montaje. El régimen no pierde oportunidad para convertir cualquier escenario en un teatro político, intentando salvar una narrativa que ya no se sostiene.

Este nuevo intento de manipulación demuestra una vez más que la dictadura cubana sigue dispuesta a usar a sus peones ideológicos para controlar el relato y desacreditar cualquier gesto externo que no pueda controlar. Pero también deja en evidencia su creciente desesperación ante un pueblo que ha perdido la fe en las promesas vacías y que, más allá de las cámaras y los montajes, exige cambios reales, libertad y dignidad.

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