Audrey Backeberg, quien desapareció en 1962 a los 20 años, ha sido encontrada con vida más de seis décadas después, revelando una historia que conmociona y conmueve por igual.
En aquel entonces, la joven madre de dos hijos salió de su casa en Reedsburg, Kentucky, con la intención de recoger su salario, pero nunca regresó. Lo que durante años fue considerado un misterio policial sin resolver, resultó ser una decisión silenciosa pero profundamente deliberada para escapar de una vida marcada por la violencia doméstica.
Casada desde los 15 años, Audrey enfrentaba un entorno familiar cargado de abusos. Días antes de desaparecer, había denunciado penalmente a su esposo por violencia y amenazas, según informes del Proyecto Charley y medios como la BBC.
La última persona en verla fue la niñera de sus hijos, quien recordó haber viajado con ella en autobús a Indianápolis, perdiéndole el rastro poco después de bajarse.
El caso fue reabierto recientemente por la Oficina del Sheriff del condado de Sauk, Wisconsin, como parte de una iniciativa para revisar expedientes antiguos. El detective Isaac Hanson logró rastrear a Audrey gracias a registros en la cuenta de Ancestry.com de su hermana.
Esto lo llevó a una dirección en otro estado —que no ha sido revelado por motivos de privacidad— donde vivía una mujer con características coincidentes. Tras establecer contacto, Audrey le confirmó su identidad y relató, en una conversación de 45 minutos, que no se arrepiente de su decisión y que vive en paz con la vida que construyó lejos de su pasado.
El sheriff del condado, Chip Meister, destacó que el caso no implicó actividad criminal, y subrayó la importancia de persistir en los casos no resueltos, tanto por justicia como por respeto a las familias involucradas.
La historia de Audrey Backeberg no solo resuelve uno de los casos más antiguos de desaparición en Estados Unidos, sino que también expone las limitaciones del sistema frente a mujeres atrapadas en relaciones abusivas. Su desaparición fue una forma de sobrevivir en un tiempo en que no existían recursos ni redes de apoyo eficaces.
Hoy, a los 82 años, Audrey ha elegido mantenerse alejada del foco público. Su historia reabre el debate sobre el derecho a comenzar de nuevo, incluso si eso implica dejarlo todo atrás.
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