En la Cuba de hoy, donde el silencio institucional puede doler más que una bala, se apaga la vida de una madre: Zoila Chávez. En su cama en Encrucijada, su cuerpo cede lentamente, desgastado por la edad, las dolencias y la angustia infinita de no haber podido ver a su hijo, José Gabriel Barrenechea Chávez, antes de morir.
Zoila no pide justicia. Ni siquiera libertad. Solo quería ver a su hijo una última vez. Pero ni eso le han permitido.
José Gabriel se encuentra en prisión provisional desde hace muchos meses. Fue arrestado tras protestar pacíficamente contra los prolongados cortes eléctricos en su comunidad. A pesar de no haber sido juzgado ni condenado con pruebas concluyentes, permanece tras las rejas como tantos otros cubanos cuyo único crimen ha sido expresarse libremente.
René Fidel González García, doctor en Ciencias Jurídicas, alzó la voz como tantas personas y medios independientes ante el drama de Zoila. Lo hizo con la claridad dolorosa que exige la verdad: “Cuando esta mujer anciana muera, ningún periodista cubano presupuestado, ni medio estatal o partidista, habrá dicho una palabra sobre el drama de una madre herida de muerte…”.
Y es cierto. No se han escrito notas, ni se han alzado micrófonos. Como tantas veces, la prensa oficial cubana ha decidido que este tipo de dolor “no tiene interés público”, porque es “muy personal”. Pero cuando una madre agoniza sin poder despedirse de su hijo injustamente encarcelado, lo personal se convierte en político. Y el silencio no es una omisión: es una forma de crueldad.
Zoila se está muriendo. Y con ella, se muere también un pedazo del alma de este país. Quedará el silencio como testigo, y la cobardía como cómplice.
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