El concierto ofrecido este viernes por Silvio Rodríguez en la Escalinata de la Universidad de La Habana terminó siendo, como muchos anticipaban, un acto inevitablemente politizado. Miguel Díaz-Canel Bermúdez, acompañado de su esposa y de un grupo de dirigentes, llegó sonriente, relajado, con atuendos impecables y rostros descansados. Ni sus expresiones ni sus ropas transmitían el menor asomo de las penurias que vive la mayoría: largas horas sin electricidad, noches sin dormir por el calor, alimentos escasos y caros. La distancia entre quienes gobiernan y quienes padecen se volvió, en ese instante, casi tangible.
Miles de asistentes acudieron al encuentro. Algunos, incondicionales del poder; otros, arrastrados por la nostalgia y por la suposición de que podía ser la última gran presentación del trovador en La Habana o incluso en Cuba. Esa mezcla de afectos, temor y curiosidad jugó a favor del gobierno, que convirtió el recital en vitrina de estabilidad y control, aun en un país exhausto por los apagones y el desencanto.
La paradoja fue brutal: para la cita hubo electricidad asegurada en toda la zona y en los alrededores, mientras en otras provincias y barrios persistían cortes prolongados. La señal implícita fue clara: la luz —como el confort y la visibilidad— se administra según conveniencia política.
Silvio Rodríguez, figura clave de la Nueva Trova, eligió el silencio ante asuntos candentes. No mencionó a los estudiantes que protestaron contra las tarifas de ETECSA ni expresó empatía con quienes hoy reclaman mejoras o transparencia, como había declarado previamente. La voz que alguna vez acompañó causas críticas prefirió, esta vez, el refugio de sus canciones de siempre, sin rozar las heridas abiertas del presente.
La noche, con aroma a despedida, también dejó un regusto amargo. Para el gobierno fue una jugada exitosa: distrajo, dio un respiro emocional y exhibió a sus cuadros en un entorno festivo, mientras afuera persistía la oscuridad —literal y simbólica— del país. Para parte del público, quedó la inquietud de si su presencia, aunque guiada por el afecto a la música, terminó legitimando un relato que convierte la cultura en escaparate del poder.
Silvio Rodríguez sigue siendo un referente artístico indiscutible, pero su capacidad de interpelar la realidad parece diluirse cuando más falta hace. Y el contraste entre los dirigentes radiantes y un pueblo exhausto recordó que, aun entre acordes, la desigualdad de luces —eléctricas y sociales— sigue marcando la escena cubana.