Miles de personas adoptadas en el extranjero por familias estadounidenses enfrentan una pesadilla que jamás imaginaron: ser deportadas del país donde crecieron, estudiaron y formaron sus vidas.
Muchos llegaron siendo bebés, en brazos de padres que creyeron que la adopción bastaba para convertirlos en ciudadanos. Sin embargo, décadas después, descubren que un error burocrático o un vacío legal podría arrebatárselo todo.
Uno de los casos más impactantes es el de Shirley Chung, nacida en Corea del Sur y adoptada en 1966 por una pareja de Texas. Vivió como cualquier estadounidense, sin imaginar que carecía de ciudadanía. Su vida cambió cuando perdió su tarjeta de la Seguridad Social y descubrió que legalmente no pertenecía al país que consideraba suyo. “Me sentí traicionada”, confesó.
Historias como la de Shirley no son excepcionales. Se estima que entre 18.000 y 75.000 adoptados en Estados Unidos carecen de ciudadanía. Muchos desconocen su estatus hasta que un trámite —como renovar una licencia o solicitar un pasaporte— destapa la verdad. El problema tiene raíces históricas: durante décadas, las adopciones internacionales aprobadas por tribunales estadounidenses no garantizaban automáticamente la ciudadanía.
En el año 2000 se promulgó la Ley de Ciudadanía Infantil, que otorgaba la ciudadanía automática a los menores adoptados en el extranjero, pero solo a los nacidos después de 1983. Miles quedaron fuera, atrapados en un limbo legal. Hoy, muchos tienen entre 40 y 60 años y temen ser expulsados de su propio hogar.
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha agudizado la angustia. Con su promesa de deportar “a todos los extranjeros en situación irregular”, aumentaron las redadas y los controles. Algunos adoptados —incluso con décadas viviendo legalmente— han sido detenidos o deportados a países donde no tienen idioma, familia ni memoria.
Los activistas insisten en que el Congreso debe eliminar el límite de edad de la ley y reconocer la ciudadanía a todos los adoptados internacionales. “No somos inmigrantes ilegales; somos hijos de estadounidenses”, claman.
Para muchos, este drama no es solo legal, sino existencial. “Crecimos creyendo que éramos estadounidenses”, dice una mujer adoptada de Irán en los años 70. “Nos educaron con esos valores, pero el sistema nos falló”.
Mientras tanto, Shirley Chung y otros como ella viven entre la esperanza y el miedo. Esperan que un acto de compasión política cumpla aquella promesa hecha hace décadas: la de concederles el derecho a pertenecer al país que siempre han llamado hogar.
Fuente: BBC News
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