Las grietas en el relato oficial del Kremlin sobre la guerra en Ucrania se profundizan, no sólo en el campo de batalla, sino también en los pilares económicos del país.
Más de 20.000 soldados rusos han desertado o se han negado a combatir desde el inicio de la invasión, según reveló recientemente el Daily Express. Esta cifra contradice de manera frontal la propaganda que presenta a un ejército unido y disciplinado.
La mayoría de estos casos (18 mil 150) corresponden a ausencias sin permiso, sancionadas con hasta 10 años de prisión, aunque muchos condenados optan por ser transferidos a las unidades de asalto para convictos conocidas como Storm-Z, donde enfrentan condiciones de combate extremadamente peligrosas.
El informe de Storm-Z describe una situación interna alarmante: disciplina brutal, atención médica inadecuada para los heridos y un entrenamiento deficiente, donde un recluta puede ser enviado al frente con apenas cinco días de instrucción.
“Todo esto va en contra de la narrativa oficial de que el liderazgo ruso valora el servicio militar de quienes luchan en esta guerra ilegal”, destaca la publicación británica.
En paralelo, informes del Estado Mayor ucraniano aseguran que las bajas rusas ya superan el millón de soldados muertos, acompañadas por la pérdida de más de 10.000 tanques y cerca de 43.000 drones.
Y mientras el Kremlin enfrenta el desgaste humano, la otra gran batalla se libra en la economía rusa, que ha sido reconfigurada casi por completo para sostener el esfuerzo bélico.
El crecimiento artificial impulsado por el gasto militar comienza a agotarse, y las consecuencias se manifiestan en una inflación persistente, un déficit fiscal creciente y una pérdida de reservas internacionales.
El aparato productivo civil ha quedado rezagado y las sanciones internacionales continúan asfixiando sectores clave como la tecnología, la energía y las finanzas. La dependencia de China como salvavidas económico tampoco ha dado los frutos esperados, pues el gigante asiático mantiene una postura pragmática y distante.
“Las presiones de la guerra han alterado radicalmente al ejército de Putin, revirtiendo sus capacidades para ejecutar operaciones complejas”, afirmó un servicio de inteligencia ucraniano.
El colapso moral de las tropas, sumado al deterioro de las finanzas estatales, comienza a dibujar un escenario que Vladimir Putin no puede controlar mediante represión o censura. En el trasfondo, crece el miedo a una erosión del poder del Kremlin desde dentro. Una guerra que iba a durar días amenaza con arrastrar al país a un abismo más profundo de lo previsto.
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