La Habana despertó este sábado bajo un manto de agua y basura, después de doce horas de lluvias intensas que convirtieron las calles en verdaderos ríos de fango y desechos. Vecinos de la calle Consulado, en el populoso municipio de Centro Habana, relatan con frustración cómo salir de casa se ha vuelto un deporte extremo.
Ni siquiera se puede salir a comprar el pan sin atravesar charcos de aguas albañales. Lo que debería ser un servicio básico —drenajes funcionando correctamente, calles limpias y bombeo oportuno de agua— hoy es un lujo desconocido para los habaneros.
Una abuelita recordó con nostalgia los días en los que, bajo el gobierno de Batista, los camiones cisterna llegaban a la ciudad en caso de inundaciones. Entonces, aunque fueran pocos los episodios, las calles estaban limpias, los drenajes cumplían su función y la inundación era la excepción, no la regla. En contraste, en diciembre de 2025, el “plan de emergencia” parece resumirse en esperar que la lluvia cese por sí sola, dejando a la población a merced del agua y los residuos.
Las consecuencias no son solo estéticas ni incómodas: las calles se transforman en un caldo de cultivo para enfermedades e infecciones, con el riesgo de brotes de problemas de salud que podrían haberse evitado. La falta de mantenimiento en el alcantarillado, sumada a la desidia de las autoridades locales, refleja un patrón de negligencia crónica que afecta directamente la vida de los ciudadanos.
Los comentarios en redes sociales son un reflejo del hartazgo general. Vecinos, jóvenes y adultos mayores denuncian la suciedad acumulada, los derrumbes de construcciones afectadas por el agua y la constante sensación de abandono. Las fotos y videos muestran calles completamente sumergidas, basura flotando y vecinos esquivando obstáculos con dificultad, una postal que se repite año tras año en múltiples zonas de la ciudad.
Esto, sin contar, los vectores como ratas y cucarachas pululando por doquier y en muchas ocasiones sin ser vistos, lo que es un peligro aún mayor.
Este escenario pone de relieve la contradicción entre la retórica oficial y la realidad cotidiana: mientras se habla de progreso y modernidad, la población enfrenta diariamente inundaciones, insalubridad y deterioro urbano. La situación evidencia que la solución no depende de la madre naturaleza, sino de decisiones políticas, planificación urbana efectiva y un compromiso real con la ciudadanía. Mientras eso no ocurra, La Habana seguirá despertando entre aguas estancadas y fango, reflejo de un país sumido en la indiferencia hacia su gente.
Del perfil de Lara Crofs
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