En la localidad santiaguera de Altamira, donde la precariedad forma parte del paisaje cotidiano, sobrevive Pascual Jiménez, un hombre de 64 años que enfrenta la vejez en condiciones que no deberían existir en ningún país que se proclame defensor de sus adultos mayores. Su historia, visibilizada por el activista Yosmany Mayeta Labrada, es un reflejo doloroso de una realidad extendida y normalizada.
Pascual vive en un rancho humilde, marcado por el paso del tiempo, las lluvias constantes, el sol inclemente y, sobre todo, el abandono institucional. La vivienda presenta grietas profundas, techos debilitados y una estructura frágil que apenas se mantiene en pie. No es una situación excepcional, sino el retrato de miles de ancianos en Santiago de Cuba que envejecen sin respaldo real del Estado.
A los 64 años, cuando el cuerpo ya no responde igual y la salud se vuelve más vulnerable, Pascual enfrenta la escasez de alimentos, la falta de servicios básicos estables y la ausencia de una atención social efectiva. Las promesas oficiales de protección al adulto mayor se quedan en discursos repetidos, mientras la supervivencia diaria depende, casi exclusivamente, de la solidaridad de vecinos o de la resistencia personal de quienes ya han trabajado toda una vida.
El caso de Pascual expone una contradicción profunda: un sistema que habla de justicia social, pero abandona a quienes sostuvieron el país con su esfuerzo.
No existe un seguimiento real por parte de la Asistencia Social, no llegan soluciones habitacionales ni programas que garanticen una vejez digna. En su lugar, prevalecen el silencio administrativo y la indiferencia.
En barrios como Altamira, la vejez se vive con miedo: miedo a enfermar sin medicamentos, a no tener recursos para alimentarse, a que una lluvia fuerte termine de destruir lo poco que queda del hogar. El último ciclón agravó aún más la situación de Pascual, deslizamientos de tierra dañaron gran parte de su vivienda sin que las autoridades locales intervinieran.
Envejecer no debería ser una condena. La pobreza no puede seguir convirtiéndose en una política de hecho. La historia de Pascual Jiménez no es un caso aislado, sino el retrato de una ciudad y de un país en deuda con sus ancianos. Visibilizar estas realidades no es atacar, es exigir humanidad, responsabilidad y acciones concretas. Porque una sociedad se mide por cómo trata a sus adultos mayores, y hoy esa deuda sigue creciendo.
Fuente: Yosmany Mayeta
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