Lo que debía ser un gesto de amor y solidaridad terminó en otro triste capítulo de represión en la Isla. Ernesto Pérez Rodríguez, un joven guantanamero con un enorme corazón, decidió regalar mochilas a niños necesitados, pequeños que iban a la escuela con mochilas rotas o sin una donde guardar sus libretas. No había nada político en su acción, solo humanidad. Pero en Cuba, hasta la bondad necesita permiso.
Según denunció el periodista independiente Yosmany Mayeta Labrada, las autoridades de Educación en Guantánamo le prohibieron al joven repartir las mochilas, lo calificaron de “contrarrevolucionario” y “subversivo”, y le cerraron las puertas en la cara a su noble iniciativa. Su único “delito” fue intentar ayudar sin el visto bueno del régimen.
“En Cuba no se prohíbe ayudar por lo que se da, sino por quién lo da”, escribió Mayeta. Una frase que retrata perfectamente el absurdo de un sistema que teme hasta una mochila.
Las redes se llenaron de indignación. Cientos de cubanos comentaron la publicación de Yosmany, expresando frustración, rabia y tristeza. “Aquí en Cuba todo el que ayuda es mal visto por el desgobierno”, escribió uno. Otros fueron más directos: “Ni ayudan ni dejan ayudar”, “Este gobierno es como el perro del hortelano, ni come ni deja comer”.
Muchos recordaron que las mismas autoridades que impiden a un ciudadano ayudar son las que aceptan donaciones extranjeras, las que luego terminan vendiéndose en tiendas en divisas. Otros alentaron a Ernesto a seguir ayudando en silencio, casa por casa, sin depender de instituciones controladas por el Estado.
El caso de Ernesto Pérez Rodríguez expone una verdad incómoda: en Cuba, la solidaridad independiente se criminaliza porque representa autonomía, libertad y dignidad, valores que el régimen teme más que cualquier protesta.
Mientras los niños siguen sin mochilas y los padres sin recursos, el gobierno demuestra que su prioridad no es el pueblo, sino el control. Y cuando un país le teme hasta al acto de regalar, ya no necesita discursos, necesita conciencia.