Durante la reciente visita del dictador designado de Cuba, Miguel Díaz-Canel, a Guantánamo, algunos habitantes de la región oriental llevaron el fanatismo a niveles realmente impresionantes. Entre ellos, destacó una mujer que, entre lágrimas, declaró: “Yo nunca pensé que lo iba a tener tan cerca, cuando lo tuve frente a mí y le di la mano, yo pensé que era como el Toque de Dios, de verdad”.
Al estilo de la señora de Río Cauto, quien en su momento comparó al “Títere Dictatorial” con Fidel, esta guantanamera fue más allá, elevando a Díaz-Canel a la categoría de un dios viviente.
Este tipo de declaraciones evidencia el nivel de servilismo y carnerismo que persiste en ciertos sectores de la población cubana. No es solo admiración; es un fanatismo que raya en la humillación propia, una sumisión que se celebra públicamente mientras quienes cuestionan la autoridad son ignorados o estigmatizados.
La escena se ha vuelto viral, y los comentarios no se han hecho esperar, muchos de ellos con un tono de incredulidad y crítica: “Increíble que alguien compare a un político con Dios”, “Esto demuestra hasta dónde puede llegar la manipulación”, “Parece que la gente ha olvidado pensar por sí misma”.
Otros comentarios, con un humor ácido, no han dudado en ironizar sobre la situación: “Pronto harán estampitas del ‘Toque de Dios’”, “¿Alguien le dijo que es humano, no divino?”, “Esto ya es circo, no política”.
Este tipo de reacciones refleja que la sociedad civil, al menos en plataformas digitales, está cada vez más consciente del absurdo del servilismo, aunque este continúe siendo exhibido en eventos oficiales y en la prensa estatal.
El fenómeno del carnerismo no es nuevo, pero sigue sorprendiendo. Es una mezcla de miedo, presión social y adoctrinamiento que logra que algunos ciudadanos transformen un simple saludo en un ritual casi religioso.
La mujer de Guantánamo es solo un ejemplo de cómo ciertas personas llevan la idolatría política hasta extremos ridículos, mientras otros prefieren la prudencia o la crítica abierta. Sin embargo, los comentarios evidencian que la reacción del público va desde la burla hasta la indignación profunda, reflejando la división entre quienes aceptan la sumisión como normal y quienes la ven como un síntoma de la manipulación sistemática.
Es importante subrayar que estos actos no son simplemente anecdóticos; son un reflejo de cómo ciertos mecanismos de control logran perpetuar la obediencia ciega. La exagerada devoción que algunos muestran ante figuras de poder se convierte en un espectáculo, una forma de demostrar lealtad que sorprende a cualquiera que valore la independencia de pensamiento.
La combinación del evento en Guantánamo y los comentarios en redes muestra la tensión entre la servidumbre pública y la crítica privada, un choque que sigue evidenciando la complejidad de la vida bajo un sistema que premia la sumisión y ridiculiza la autonomía.
En definitiva, la escena de Guantánamo no solo es un ejemplo de fanatismo, sino también una oportunidad para reflexionar sobre el valor de la dignidad y la independencia frente a la adoración ciega.
Mientras algunos aplauden y lloran, otros comentan, ironizan y critican, recordando que la opinión libre siempre será un antídoto contra la humillación y el carnerismo extremos.