Un vecino del municipio 10 de Octubre en La Habana fue reportado como desaparecido por su familia. Durante semanas lo buscaron por hospitales, estaciones de policía y centros de detención sin obtener respuestas claras. Nadie decía nada. Nadie sabía nada. Había desaparecido sin dejar rastro.
Pasaron los meses —seis o siete— hasta que una llamada rompió el silencio: era desde el Hospital Psiquiátrico de La Habana (Mazorra). Allí les informaron que su familiar había fallecido. No dijeron cuándo exactamente. No explicaron cómo. Solo comunicaron la muerte y les entregaron un cuerpo irreconocible, golpeado y en estado extremo de desnutrición.
Los familiares, horrorizados, denuncian que el cadáver estaba "en los huesos", con evidentes signos de maltrato físico. Afirman que lo mataron. Que fue víctima de abandono, violencia y negligencia institucional. Que, mientras ellos buscaban, alguien sí sabía dónde estaba, pero lo ocultaron.
Durante el proceso, fueron a la policía varias veces. Insistieron en Mazorra cuando supieron que estaban recogiendo personas de la calle. Les dijeron que él no estaba. Pero sí estaba. Estuvo allí todo ese tiempo. ¿Por qué negarlo? ¿Por qué ocultar su paradero? ¿Por qué dejarlo morir en esas condiciones?
Este no es un caso aislado. Muchas familias en Cuba viven la desesperación de buscar a sus seres queridos en un sistema que no da respuestas, que silencia, que niega y que —como en este caso— entrega un cuerpo cuando ya es demasiado tarde.
Denunciar es un acto de valor. Compartirlo también. Porque el silencio solo protege a los culpables. Si tienes información, si viviste algo similar, si quieres apoyar a esta familia o simplemente no quieres ser cómplice del silencio comparte esta historia. La verdad merece ser contada.
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