El periodista cubano Mario Pentón denunció en su perfil de Facebook la contradicción más dolorosa y visible de la Cuba actual: mientras millones de ciudadanos sobreviven entre apagones interminables, colas por alimentos y noches enteras sin electricidad, la élite militar y política del país se enriquece a costa del sufrimiento popular.
“Los Castro y sus herederos no sienten el calor sofocante sin electricidad, no hacen colas interminables para un pedazo de pollo ni sufren noches enteras en la oscuridad.
Viven blindados por los dólares que exprimen del sudor de un pueblo que ya no tiene nada más que perder”, escribió Pentón, poniendo en evidencia la distancia abismal entre los gobernantes y la nación que dicen representar.
El señalamiento va directo al corazón del poder económico en la isla: GAESA (Grupo de Administración Empresarial S.A.), un emporio controlado por los militares que concentra los mayores ingresos del país.
Según denuncias de economistas independientes y organizaciones internacionales, GAESA administra más de 18 mil millones de dólares, una cifra escandalosa si se contrasta con el deterioro de la infraestructura nacional y el colapso del sistema eléctrico.
Ese dinero, denuncia Pentón, debería destinarse a reparar las plantas termoeléctricas que se caen a pedazos, modernizar la red de distribución y garantizar un mínimo de estabilidad en la vida diaria de la población.
Sin embargo, ocurre todo lo contrario: los fondos son canalizados para levantar hoteles que permanecen vacíos, para mover capitales en paraísos fiscales y para financiar los viajes lujosos de una cúpula que gobierna como si el país fuera su hacienda privada.
La casta militar que maneja GAESA está encabezada por figuras herederas del castrismo histórico, hombres que no rinden cuentas a nadie y que se han convertido en los verdaderos dueños de Cuba.
La empresa, que nació en los años noventa bajo el mando del general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja exyerno de Raúl Castro, ha ido absorbiendo sectores estratégicos: desde el turismo y las telecomunicaciones hasta la importación de alimentos y la banca.
Mientras tanto, la vida cotidiana de los cubanos es un drama: hogares enteros sumidos en la oscuridad por los apagones, niños que estudian a la luz de una vela, hospitales colapsados sin condiciones mínimas y familias que pierden horas en colas para conseguir un pedazo de pollo o un litro de aceite.
Cada apagón, como apunta Pentón, no solo significa el apagarse de una bombilla: es la señal verde que enciende la impunidad con la que el régimen se mantiene en el poder.
Un sistema donde el sacrificio lo pone el pueblo y las ganancias se las reparten unos pocos, los mismos que llevan más de seis décadas viviendo a costa de la miseria nacional.
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