El régimen cubano ha vuelto a mostrar su rostro más autoritario con la reciente detención de Alexander Acosta, un ciudadano residente en la calle 13 de Baire, municipio Contramaestre, en Santiago de Cuba. Acosta fue arrestado en la noche del sábado 18 de octubre y, según denunció el periodista independiente José Luis Tan Estrada, trasladado primero a Contramaestre y posteriormente este domingo a Operaciones del Ministerio del Interior (MININT) en la capital provincial.
Las protestas en Baire, Contramaestre, aunque pacíficas, reflejan el hartazgo de un pueblo agotado por la miseria y la falta de libertades. Los manifestantes, en su mayoría jóvenes, han salido a las calles con consignas que claman por “pan, luz y libertad”, una trilogía que resume las carencias materiales y espirituales de un país hundido en la desesperanza.
La detención de Alexander Acosta simboliza una nueva ola represiva que busca apagar el espíritu de protesta en la región oriental. Pero también evidencia que, pese a la intimidación, el malestar social no ha sido sofocado. Cada nuevo arresto alimenta el descontento de un pueblo que, aunque golpeado, no ha dejado de reclamar justicia, libertad y dignidad.
Su caso se suma a una creciente lista de manifestantes pacíficos detenidos tras las recientes protestas registradas en distintas regiones del país, donde muchas personas han salido a las calles para exigir mejores condiciones de vida, electricidad estable y acceso a alimentos básicos. Sin embargo, en lugar de escuchar las demandas del pueblo, las autoridades han optado por la represión sistemática y el castigo ejemplar.
La represión no se limita a los arrestos. En múltiples ocasiones, las fuerzas del régimen intervienen viviendas, confiscan teléfonos y amenazan a familiares con consecuencias legales si denuncian públicamente los hechos. La estrategia es clara: infundir miedo entre quienes se atreven a alzar la voz en una nación donde el descontento social se hace cada día más evidente.
Mientras tanto, el gobierno continúa culpando a las sanciones externas y evita asumir la responsabilidad por décadas de mala gestión económica y represión política. Los cubanos, sin embargo, ya no creen en ese discurso: lo que piden no es un cambio de narrativa, sino una vida digna, el derecho a trabajar, a expresarse y a vivir sin miedo.
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