El reloj marcó la medianoche y con él llegó la noticia que sacude a Estados Unidos y al mundo: el Gobierno federal cerró oficialmente por primera vez en seis años. La parálisis llegó después de que republicanos y demócratas no lograran ponerse de acuerdo en una medida de financiamiento para mantener en marcha las operaciones del país.
Se trata de un nuevo capítulo en la larga saga de bloqueos políticos en Washington, que esta vez deja en el aire el futuro inmediato de millones de ciudadanos. Cientos de miles de empleados federales serán enviados a casa sin sueldo, mientras que otros, considerados “esenciales”, deberán seguir trabajando sin garantía de pago hasta que se resuelva la crisis.
Los republicanos presionan para extender la financiación actual durante siete semanas más, pero los demócratas se niegan a dar sus votos sin obtener concesiones clave en temas de presupuesto y programas sociales. El resultado: un pulso político convertido en un auténtico “juego de culpas”.
La incertidumbre es enorme. Audiencias de inmigración canceladas, préstamos federales retrasados y proyectos de pequeñas empresas congelados son apenas algunos de los efectos inmediatos que ya se sienten.
Para los ciudadanos comunes, este cierre significa trámites detenidos, demoras en ayudas y un ambiente de ansiedad que aumenta con cada hora que pasa.
Los senadores, al abandonar el Capitolio, reconocieron que nadie sabe cuánto puede durar el cierre. Los republicanos han prometido presentar el mismo plan una y otra vez hasta que los demócratas cedan, pero el estancamiento amenaza con prolongarse.
Este es el primer cierre desde 2019, y aunque en teoría servicios básicos como seguridad nacional y protección de vidas seguirán activos, la parálisis del aparato federal golpeará de lleno a miles de familias estadounidenses.
El mundo mira expectante cómo la mayor potencia global enfrenta una parálisis autoimpuesta por sus propios dirigentes. Lo que para muchos es un simple forcejeo político en el Congreso, para otros significa quedarse sin sueldo, sin trámites y con una incertidumbre que no distingue colores partidistas.
El desenlace aún es incierto. Lo único claro es que, en este momento, el país entero se convierte en rehén de la política.
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