En medio de la profunda crisis económica y social que atraviesa Cuba, la llamada “no primera dama”, Lis Cuesta, utilizó su perfil en la red social X para referirse al Festival Internacional Timbalaye, un evento cultural dedicado a la salvaguardia y promoción de la rumba, patrimonio inmaterial de la humanidad.
En su publicación, Cuesta señaló que el festival es “una suerte que nos llegó de la madre África” y añadió que la conferencia ofrecida por el escritor y etnólogo Miguel Barnet en la Casa de las Américas “probó una vez más que hay un congo también que nos acompaña en las batallas y los triunfos”.
Un mensaje que, para muchos, destila soberbia y desconexión con la realidad de un país donde la gente lucha por conseguir lo más básico para sobrevivir.
El término “timbalaye” proviene de la lengua yoruba y significa “que venga al mundo”, “en este mundo” o “que la vida prospere en la tierra”.
Se utiliza en contextos rituales y espirituales como un deseo de bienestar, prosperidad y firmeza en el plano terrenal. Precisamente, bajo esa inspiración, el proyecto cultural Timbalaye bautizó el festival que cada año organiza en Cuba y en otras partes del mundo, con la rumba como centro y símbolo de resistencia cultural.
Sin embargo, lo dicho por Lis Cuesta contrasta dolorosamente con el presente de la Isla.
La firmeza en el plano terrenal que invoca la palabra africana está ausente en la vida cotidiana de millones de cubanos, quienes enfrentan apagones interminables, escasez de alimentos, hospitales sin recursos y una incertidumbre generalizada sobre el futuro.
En vez de firmeza, el pueblo cubano parece, como se comenta en las calles, “un perro con cuatro patas pero sin camino claro”.
El festival Timbalaye, sin dudas, es un espacio cultural valioso que busca preservar la rumba y sus raíces africanas.
No obstante, el uso que hace la élite política de estos símbolos culturales genera indignación entre ciudadanos que ven cómo se glorifican las tradiciones mientras se ignora el sufrimiento de la gente común.
Las palabras de Lis Cuesta, lejos de inspirar, se perciben como un reflejo del discurso oficialista: se habla de triunfos y batallas espirituales, mientras en la tierra cubana, la vida no prospera y la esperanza se apaga con cada día de penuria.
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