El verano de 2025 quedará marcado en la memoria de los cubanos como uno de los más difíciles en décadas. Mientras el régimen centraba su agenda en actos políticos y celebraciones ideológicas, millones de personas enfrentaban apagones prolongados, escasez de alimentos, agua contaminada y miedo constante a manifestar su descontento. La vida cotidiana se convirtió en una lucha diaria contra la miseria y la falta de servicios básicos.
Informes del Food Monitor Program (FMP) muestran que la inseguridad alimentaria alcanzó niveles críticos. Productos esenciales como arroz, aceite, leche y granos se encarecieron o desaparecieron de los mercados, y muchas familias vieron reducida su dieta diaria de alimentos. Un saco de carbón, vital para cocinar, llegó a costar hasta 1,500 pesos cubanos, casi el equivalente a una pensión mensual, lo que obligó a miles a buscar alternativas peligrosas como la leña, aumentando los riesgos sanitarios y ambientales.
Los apagones afectaron a todo el país: en provincias orientales como Santiago de Cuba y Holguín los cortes superaron las 20 horas diarias, mientras que en el centro de la Isla hubo apagones de hasta 36 horas.
En La Habana, el suministro eléctrico se fragmentó en múltiples tramos, afectando madrugadas y noches enteras. Esta situación impactó directamente el bombeo de agua, dejando a muchas comunidades sin abasto o con un suministro mínimo y contaminado, lo que incrementó enfermedades y el sufrimiento de la población.
A pesar de la gravedad de la crisis, el gobierno cubano concentró recursos en propaganda y campañas políticas, sin ofrecer soluciones reales a la población. El temor a represalias mantuvo a raya cualquier forma de protesta, mientras el aparato represivo utilizaba vigilancia, amenazas y sanciones para contener el descontento. La combinación de hambre, oscuridad y miedo dejó una huella profunda en los ciudadanos, cada vez más desgastados por décadas de crisis y control político.
El impacto de esta crisis no solo es social y económico, sino también ambiental. La necesidad de leña y carbón ha acelerado la deforestación, generado erosión del suelo y puesto en riesgo la biodiversidad, evidenciando la falta de políticas sostenibles para la infraestructura energética.
Cuba vivió un verano donde sobrevivir se convirtió en un desafío diario: una lucha constante contra la escasez, la oscuridad y la represión. Mientras millones de cubanos buscaban la manera de subsistir, el sistema continuaba demostrando su incapacidad para proteger a la población y garantizar condiciones mínimas de vida, dejando claro que la verdadera crisis es estructural y de largo alcance.
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