El municipio de Cueto, en la provincia de Holguín, vive uno de sus momentos más trágicos tras el paso devastador del huracán Melissa, que arrasó buena parte del oriente cubano dejando un panorama de destrucción, miedo y desamparo.
Las inundaciones severas han convertido calles enteras en ríos fangosos, mientras cientos de familias observan impotentes cómo el agua devora lo poco que tenían.
Aunque el ojo del huracán ya abandonó el país, las lluvias torrenciales no han cesado, lo que mantiene en vilo a la población y complica los esfuerzos de rescate. Viviendas anegadas, barrios completamente incomunicados y personas desplazadas conforman el saldo visible de una tragedia que aún no termina. “Perdimos todo, hasta los documentos”, relató entre lágrimas una madre con tres niños pequeños que fue evacuada a una escuela improvisada como refugio.
El panorama es desolador. Los caminos están intransitables, los ríos se han desbordado y la corriente eléctrica se ha interrumpido en amplias zonas. Los servicios básicos, ya precarios antes del huracán, han colapsado. Cuba enfrenta una crisis sobre otra crisis: tras meses marcados por la escasez de alimentos, medicamentos y combustible, ahora el país debe enfrentar las secuelas de un desastre natural de gran magnitud.
En Cueto, los vecinos intentan ayudarse entre sí con los pocos recursos disponibles. Algunos rescatan pertenencias en cubos o improvisan balsas con tablas y neumáticos. Otros se refugian en los techos a la espera de ayuda. Las autoridades locales han pedido máxima precaución, exhortando a la población a evitar zonas bajas y mantenerse en contacto con los equipos de rescate.
“Esto es lo último que nos faltaba”, dice un anciano mirando su casa medio hundida.
En sus palabras resuena el sentimiento de muchos cubanos que, golpeados por la pobreza, las enfermedades y la falta de esperanza, ahora deben enfrentarse al golpe más cruel: ver su tierra sumergida bajo el agua.
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