En Cuba, el mar es frontera y destino, esperanza y dolor. Desde hace siglos, Yemayá, la Virgen de las Aguas, madre protectora de la religión yoruba sincretizada con la Virgen de Regla en el catolicismo, ocupa un lugar central en la fe de los cubanos y cada 7 de septiembre los devotos le rinden moforibale (tributo). No es solo símbolo religioso: es refugio espiritual para quienes se lanzaron al mar en busca de otro horizonte, como los balseros que marcaron una de las páginas más intensas y trágicas de la historia reciente de la isla.
Cada 7 de septiembre, la localidad de Regla, frente a la bahía de La Habana, se viste de azul y blanco. Miles de devotos acuden al santuario de la Virgen de Regla para rendir tributo a Yemayá. Allí confluyen velas, flores, collares y promesas. Para unos es la madre universal, para otros la fuerza femenina que gobierna los mares y los ríos. Pero en la memoria colectiva, su nombre está íntimamente ligado a los balseros, aquellos que se embarcaron hacia la incertidumbre del exilio.
Muchos de ellos, antes de zarpar, se encomendaron a Yemayá. Ofrendaron girasoles, lanzaron flores al mar, recitaron oraciones improvisadas en la costa, convencidos de que solo la madre de las aguas podía guiarlos entre tiburones, corrientes y tempestades. Algunos lograron llegar a la orilla opuesta y contaron que, en las noches más oscuras, sentían como si una mano invisible los empujara hacia adelante. Otros nunca regresaron y dejaron tras de sí una estela de dolor, marcada en la memoria de madres, esposas y hermanos que aún hoy depositan ofrendas en la bahía de Regla.
Marta, vecina de Guanabacoa, guarda un testimonio cargado de nostalgia: “Mi hermano partió en 1994. La última vez que lo vi fue en la costa, tirando un girasol al mar y diciendo que Yemayá lo cuidaría. Nunca supimos de él. Desde entonces, cada año vengo aquí, le traigo flores a la Virgen y le pido que, donde quiera que esté, lo tenga bajo su manto azul”. Historias como la de Marta se repiten en numerosos hogares de la isla, donde el mar es sinónimo de despedida y Yemayá, la esperanza de que los ausentes no estén solos.
El sincretismo religioso en Cuba reforzó esa devoción. Para los católicos, Yemayá es la Virgen de Regla, patrona de los navegantes. Para los practicantes de la santería, es la orisha del mar, madre protectora y guerrera. Ese doble rostro la convirtió en punto de encuentro de todos los credos cuando el mar se convirtió en un camino de vida o muerte.
Hoy, el recuerdo de los balseros late en cada flor lanzada a las olas, en cada vela encendida frente al altar de Regla. El mar cubano sigue guardando nombres que no regresaron, sueños que quedaron suspendidos en la espuma. Para muchos, Yemayá es madre, consuelo y tumba sagrada.
Al contemplar el horizonte desde el Malecón, no pocos sienten que ella está allí, meciendo a sus hijos perdidos en su regazo infinito. Porque Yemayá no abandona: acompaña, abraza y acoge a todos, al que partió, al que regresó y al que nunca llegó. Y mientras exista la esperanza de que el mar devuelva algún día una respuesta, los cubanos seguirán mirándolo y llamándola a ella, la madre de las aguas que guarda las alegrías, los dolores y los silencios de un pueblo entero.
Adolescente fallecido y daños en vivienda provocados por un auto que se dio a la fuga
Hace 8 minutos