En un país donde el régimen controla cada línea que se publica en los medios de comunicación, resulta revelador que un periódico oficialista como Girón, órgano del Partido Comunista en la provincia de Matanzas, se atreva a admitir lo que millones de cubanos viven a diario: Cuba está en ruinas. No se trata de un reportaje independiente ni de la denuncia de un medio alternativo, sino de una confesión involuntaria del propio aparato propagandístico de la dictadura.
El artículo publicado por Girón describe, con un tono entre resignado y melancólico, los múltiples “achaques” de la nación. Lo que en apariencia es un comentario periodístico, en realidad constituye un inventario de los fracasos acumulados durante más de seis décadas de socialismo.
El texto reconoce que la infraestructura envejece sin remedio, que las instituciones flaquean y que los accidentes crecen. Los derrumbes de edificios, cada vez más frecuentes en ciudades como La Habana, ya no sorprenden a nadie. Muchas familias, sin alternativas de vivienda, se ven obligadas a habitar inmuebles en peligro de colapso hasta que literalmente el techo se les viene encima.
La prensa oficial intenta atribuir parte de esta realidad a la “intervención de las fuerzas de la naturaleza” o al error humano. Pero el trasfondo es claro: el país carece de protocolos de seguridad, mantenimiento e inversión, y los resultados se traducen en muertes evitables.
Otro de los males descritos en Girón es el envejecimiento del parque automotor. Los automóviles estadounidenses de los años 50, convertidos en íconos turísticos, son en realidad un símbolo de la imposibilidad de renovación. Lo que en otros países sería una curiosidad de museo, en Cuba constituye la flota activa.
“Llegado un punto, no se puede combatir contra la obsolescencia programada”, reconoce el texto, aludiendo a que ni la creatividad del cubano alcanza para revivir máquinas que debieron desaparecer hace cuatro décadas. Estos vehículos, lejos de brindar confort o seguridad, son una metáfora rodante de un sistema estancado.
Incluso el periódico admite que desde 1959 hasta la fecha no se ha logrado resolver el déficit habitacional. La escasez obliga a la gente a ocupar edificaciones en ruinas o contemplar cómo sus hogares se vuelven inhabitables sin que existan recursos para repararlos. El patrimonio arquitectónico de ciudades enteras se deteriora hasta que no queda nada que salvar.
Este reconocimiento, publicado en un medio del propio régimen, es una muestra de la magnitud del desastre: ni siquiera la propaganda puede ocultar que el Estado fracasó en garantizar un derecho básico como la vivienda.
El reportaje también menciona la proliferación de enfermedades durante el verano, agravadas por las altas temperaturas, la acumulación de basura, el deficiente sistema de alcantarillado y los constantes problemas de abasto de agua. Lejos de ser fenómenos nuevos, estas condiciones se repiten año tras año, evidenciando la incapacidad estatal para asegurar niveles mínimos de higiene y prevención epidemiológica.
La falta de control sanitario explica los repetidos brotes de dengue, leptospirosis y otras enfermedades que, en un contexto de precariedad hospitalaria, ponen en riesgo a toda la población.
Lo más significativo del texto de Girón es que concluye aceptando que a corto plazo no hay posibilidades de mejorar la infraestructura del país porque “los dineros no abundan ni abundarán”. Es decir, la prensa oficialista —habitualmente encargada de pintar un futuro luminoso lleno de promesas— reconoce que no hay salida dentro del modelo actual.
Esta admisión constituye un hecho insólito en un sistema que durante décadas ha tratado de maquillar la realidad con discursos triunfalistas. La línea final del artículo aconseja a los cubanos “andar con precaución” y “evitar riesgos”, como si el destino del ciudadano no dependiera de un Estado que le garantice seguridad y servicios básicos, sino de su capacidad para esquivar derrumbes, enfermedades y accidentes.
La publicación de Girón confirma lo que muchos dentro y fuera de Cuba llevan tiempo señalando: la isla vive una crisis estructural que no puede atribuirse únicamente a “factores externos” ni al embargo estadounidense. La raíz del problema está en un sistema económico centralizado, ineficiente y carente de recursos, que ha sumido al país en un ciclo interminable de escasez y deterioro.
Que esta denuncia aparezca en un medio oficialista es doblemente revelador. Por un lado, refleja que el colapso es tan evidente que ya resulta imposible de ocultar. Por otro, pone de manifiesto el cinismo del régimen, que reconoce los males pero no ofrece soluciones reales, limitándose a aconsejar resignación y paciencia.
En definitiva, Cuba se hunde bajo el peso de sus propios “achaques”, y la dictadura ya no puede disimularlo ni siquiera a través de sus órganos de propaganda. Cuando hasta la prensa oficial admite que la isla se desmorona, queda claro que el relato de los logros revolucionarios y de las promesas de futuro no es más que otro edificio en ruinas.
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