El mandatario republicano aumentó la presión sobre el régimen de Nicolás Maduro con una advertencia rotunda y cargada de intención política: “sus días están contados”. Pronunciada en una entrevista para "60 Minutes", la frase no sólo busca deslegitimar al presidente venezolano, sino también enviar un mensaje claro a aliados y adversarios: Washington intensifica su campaña de máxima presión para debilitar al chavismo.
Aunque la Casa Blanca no confirmó operaciones militares directas, la ambigüedad del mandatario —“eso no te lo voy a decir” — y el despliegue de fuerzas en el Caribe alimentan la sospecha de que todas las opciones están sobre la mesa.
La estrategia estadounidense combina sanciones económicas, esfuerzos diplomáticos y autorizaciones encubiertas: la CIA habría recibido luz verde para operar en territorio venezolano con miras a desestabilizar la estructura de poder que sostiene a Maduro. A la par, la acusación de que el presidente venezolano lidera el denominado “Cártel de los Soles” y la recompensa de 50 millones de dólares por información que conduzca a su captura colocan al gobierno bolivariano en el centro de una campaña contra el narcotráfico que Trump presenta como justificación moral y legal para medidas extraordinarias.
Los movimientos navales y el posicionamiento de tropas en Puerto Rico y el Caribe no son gestos inocuos: constituyen un aviso estratégico diseñado para aislar al régimen y limitar sus opciones de respuesta. Para Caracas, la combinación de presión externa, crisis económica y desgaste interno puede acelerar tensiones políticas que, hasta ahora, Maduro ha sorteado gracias a una red de apoyos regionales y militares.
Pero la retórica de Trump —firme, desafiante y con ecos de ultimátum— pretende quebrar esa resistencia mostrando que la comunidad internacional puede endurecer su postura aún más.
El escenario es peligroso y volátil. Toda escalada con presencia militar estadounidense en la región obliga a medir consecuencias humanitarias y geopolíticas: desde flujos migratorios masivos y sanciones ampliadas hasta un eventual choque con aliados de Caracas que podrían intervenir política o materialmente.
La retórica de “días contados” funciona como herramienta de presión psicológica, pero también como semilla de incertidumbre que puede desencadenar reacciones en cadena. En el fondo, la puja por Venezuela ya no es sólo una disputa entre gobiernos: es una lucha por el control de un país en crisis que tiene repercusiones en toda la región.
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