Hubo un tiempo en que caminar por la esquina de Infanta y Sitios, en pleno corazón de Centro Habana, era una experiencia que despertaba los sentidos. Allí se levantaba “Estrella”, una fábrica de galletas y dulces de chocolate que se convirtió en un verdadero símbolo del gusto y la alegría de varias generaciones de cubanos.
El aroma del cacao recién procesado se mezclaba con el olor a galletas recién horneadas, atrayendo a vecinos, niños y trabajadores que pasaban por la zona. No era simplemente una industria: era un lugar que formaba parte de la identidad barrial, un pedazo de memoria colectiva.
“Estrella” no solo producía golosinas. También fabricaba recuerdos. Muchos aún rememoran cómo, al cruzar la acera, podían ver por las ventanas a los obreros trabajando con destreza, preparando las tandas de dulces que después se vendían en las tiendas y mercados.
Era un punto de orgullo para el vecindario, una marca que resonaba en la cotidianidad de los hogares. El sabor de sus productos se convirtió en un referente y, para algunos, en un lujo que marcaba las celebraciones familiares.
Sin embargo, la historia tomó un rumbo drástico. Tras el proceso de nacionalización y expropiación, la fábrica dejó de pertenecer a sus antiguos dueños y pasó a estar bajo administración estatal. Con el tiempo, los problemas de producción, la falta de mantenimiento y la escasez de materias primas comenzaron a erosionar la vitalidad del lugar. Las máquinas se detuvieron, los hornos se apagaron y, poco a poco, “Estrella” dejó de brillar.
Hoy, en el mismo sitio donde alguna vez se fabricaron toneladas de galletas y dulces, solo quedan paredes desgastadas, techos a medio caer y un silencio que contrasta con el bullicio de antaño.
“Es triste pasar por aquí y ver esto así”, comentan los vecinos, quienes observan con nostalgia cómo el abandono se apoderó de un lugar que antes irradiaba vida.
El caso de “Estrella” no es único, pero sí representativo de muchas industrias que alguna vez tuvieron relevancia en la vida cubana y que ahora solo sobreviven en la memoria popular. Para quienes vivieron su esplendor, queda el consuelo de que, aunque las ruinas sean lo único tangible, el sabor y las historias que dejó seguirán circulando de boca en boca, como un dulce que se resiste a desaparecer.
Fuente: Patria Orgullosa
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