Lisboa está de luto. Lo que debía ser un tranquilo paseo turístico en el famoso Ascensor da Glória terminó en una tragedia sin precedentes.
A las 18:00 del miércoles 3 de septiembre, el emblemático funicular descarriló brutalmente en plena Calçada da Glória, dejando 17 muertos y al menos 23 heridos. Las imágenes que han recorrido el mundo muestran un escenario devastador: cuerpos cubiertos, vagones destrozados, humo, gritos, y la impotencia de los equipos de rescate que luchaban por salvar vidas entre los restos de una atracción que lleva funcionando desde 1885.
Las víctimas son de distintas nacionalidades, entre ellas española, francesa, italiana, canadiense y portuguesa. Entre los heridos hay personas de entre 3 y 65 años, muchas en estado grave. La magnitud del desastre ha conmocionado a todo Portugal y al turismo internacional.
Este funicular, que une la plaza de los Restauradores con el Bairro Alto, era uno de los puntos más fotografiados de la ciudad. Hoy, sus rieles están teñidos de dolor. La Protección Civil ha instalado un centro de apoyo psicológico cerca del lugar del siniestro, donde familiares y amigos de las víctimas se abrazan, lloran y esperan respuestas que aún no llegan.
Las causas del accidente siguen bajo investigación, pero las primeras hipótesis hablan de un posible fallo en el sistema de frenado. Algunos testigos relatan cómo el vagón comenzó a ganar velocidad descontroladamente antes de estrellarse.
“Fue como una película de terror”, declaró una turista que sobrevivió por segundos. Las autoridades ya trabajan con técnicos e ingenieros para esclarecer qué falló en un transporte que lleva más de un siglo en funcionamiento sin registrar tragedias de esta magnitud.
Mientras tanto, Lisboa se detiene. Se guardarán minutos de silencio, las banderas ondean a media asta y se multiplican las muestras de solidaridad de gobiernos extranjeros. En redes sociales, miles de personas comparten sus recuerdos del Elevador da Glória, ahora convertido en símbolo de luto. Lo que debía ser un paseo pintoresco se transformó en pesadilla.
Hoy, Lisboa no sonríe desde sus colinas: llora. Llora por los que no volverán. Llora por un ícono caído. Y el mundo entero llora con ella.
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