BBC
Septiembre en Cuba no es solo sinónimo de regreso a clases. Este 2025 ha comenzado bajo el peso de un malestar social que se arrastra desde hace meses y que recuerda inevitablemente las tensiones vividas en julio de 2021. Los apagones que en algunas provincias superan las 24 horas, la escasez de medicamentos, la falta de alimentos y un inicio de curso escolar en condiciones precarias son elementos que marcan la vida diaria de millones de familias.
El sector energético continúa siendo el detonante más inmediato. Según datos oficiales, en lo que va de año la generación disponible no ha logrado cubrir la demanda en más de un 30 % de los días, provocando cortes prolongados que afectan hogares, hospitales y centros productivos. Para muchas familias, los apagones significan noches en vela, electrodomésticos dañados y alimentos perdidos en refrigeradores apagados. Los niños, que ya pasaron un verano sin luz para disfrutar sus vacaciones, ahora regresan a las aulas en medio de jornadas interrumpidas por la inestabilidad del servicio el cual en los últimos días ha sido en numerosos lugares inexistente por más de 24 horas.
La escasez de medicamentos también se ha agudizado. Informes recientes reconocen que alrededor del 40 % del cuadro básico está en déficit, incluidos fármacos esenciales para la hipertensión, la diabetes o el asma. Esa carencia empuja a pacientes a depender del mercado informal, con precios inalcanzables para muchos, o a intercambiar tratamientos a través de redes de solidaridad vecinal y familiar.
En materia alimentaria, la situación tampoco muestra mejoría. El costo de la canasta básica se ha disparado y hoy una familia promedio necesita más del triple de un salario mensual para cubrir alimentos esenciales. Estudios independientes advierten que más del 70 % de los hogares experimenta inseguridad alimentaria en distintos niveles, lo que se traduce en la imposibilidad de garantizar tres comidas diarias de manera estable.
Ante estos problemas, los dirigentes insisten en causas externas —el bbloqueo, la falta de financiamiento, la escasez de combustible— y en medidas paliativas como la extensión de la importación de alimentos y medicinas sin aranceles. Sin embargo, la percepción social es que las explicaciones se repiten sin que llegue una solución estructural. La sensación de que “todo queda en justificaciones” se extiende incluso entre militantes y simpatizantes que en el pasado defendieron con firmeza las decisiones oficiales.
En redes sociales, la conversación refleja esa frustración: abundan denuncias de cortes eléctricos interminables, fotos de estantes vacíos en farmacias y mercados, y testimonios de familias que no logran cubrir las necesidades básicas. La memoria del 11 de julio de 2021 vuelve inevitablemente a las comparaciones, aunque ahora la pregunta es si las condiciones actuales —más prolongadas y profundas— podrían desembocar en una reacción social similar.
El escenario, no obstante, es complejo. La experiencia represiva posterior a 2021 y el miedo a las consecuencias individuales pesan en la balanza, pero el descontento se ha hecho transversal. El desgaste material y psicológico golpea por igual a quienes nunca se pronunciaron públicamente y a quienes aún intentan justificar las carencias.
Septiembre encuentra a Cuba en un punto de cansancio acumulado: familias que comienzan el curso escolar sin luz suficiente para estudiar ni reponer fuerzas, sin medicinas para tratar enfermedades crónicas y sin alimentos accesibles para mantener una dieta estable. El país no estalla, pero se agota. Y en ese agotamiento se explica por qué hoy muchos ven este septiembre como un espejo de julio: distinto en el calendario, pero igual en las carencias y en la incertidumbre de lo que vendrá.
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