El Mundial Sub-18 de Béisbol en Okinawa dejó otra muestra de la brecha que separa hoy al béisbol cubano de las potencias internacionales. En la derrota 3-0 frente a Corea del Sur, el lanzador Kim dominó con una recta que superaba las 94 millas por hora, velocidad muy poco habitual para los bateadores cubanos, quienes en sus campeonatos apenas celebran 18 juegos y enfrentan a serpentineros que rara vez sobrepasan las 85 o 87 millas. La diferencia en el nivel competitivo volvió a quedar expuesta.
El equipo antillano había iniciado el torneo con victorias sobre Sudáfrica e Italia, algo que llenaba de optimismo a la tropa dirigida por Abeisy Pantoja. Pero luego se enfrentaron a la realidad y encadenaron tres derrotas consecutivas que lo enviaron a la ronda de consuelo. Primero cedió 3-0 frente a Japón, después cayó 1-0 ante Puerto Rico, y finalmente fue silenciado por Corea del Sur en otro partido marcado por la impotencia ofensiva.
Cuba terminó con balance de dos triunfos y tres derrotas, sin opciones de disputar medallas, un desenlace que confirma la crisis en el béisbol de la isla, tanto en la base como en la élite.
Las decepciones se repiten en todas las categorías: del sub-15 al sub-23, pasando por la Serie del Caribe y el Clásico Mundial, donde la garra histórica del béisbol cubano parece haberse diluido. El sub-18 se presentaba como una oportunidad para ilusionar con un posible resurgir, pero la realidad en Okinawa volvió a demostrar que los problemas estructurales —falta de roce internacional, campeonatos cortos, y ausencia de lanzadores de alto nivel— siguen condenando al pasatiempo nacional a resultados discretos.
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