En el teatro político cubano, pocas palabras han tenido tanto peso simbólico como la escueta pero fulminante reacción del exespía Gerardo Hernández Nordelo: “AMÉN”. No fue un simple asentimiento religioso, ni un gesto espontáneo.
Fue una declaración política, un veredicto moral, una señal inequívoca de que el discurso oficial cambió y que Sandro Castro, nieto de Fidel, ha dejado de estar blindado por el legado de su apellido.
La crítica contra él, hasta hace poco impensable en los círculos del oficialismo, ha recibido la bendición del aparato ideológico. “Cuando Gerardo dice amén, está diciendo ‘se acabó la paciencia’”.
El detonante fue el texto “Te lo prometió Martí…”, escrito por el intelectual oficialista Ernesto Limia Díaz, que acusó a Sandro de deshonrar la memoria de su abuelo, de practicar una vida superficial y ostentosa, y de alimentar con su ego las campañas enemigas.
La palabra “imbécil” usada por Limia no es un exabrupto: es un juicio ético. Lo demoledor no fue solo el contenido, sino el hecho de que proviniera del corazón del pensamiento revolucionario.
Gerardo, actual Coordinador Nacional de los CDR, validó ese juicio con un “amén” que no necesita glosas. En un país donde las señales políticas no siempre se dan en conferencias de prensa, ese “amén” equivale a una orden de fuego simbólico: Sandro ya no es intocable.
La conducta errática de Sandro —sus fiestas, su adoración por la cerveza “Cristach”, sus bromas con apagones y sus guiños a símbolos estadounidenses— ya había levantado ampollas. Pero su retrato con la bandera de Estados Unidos fue percibido como un sacrilegio por quienes aún ven en Fidel una figura cuasi mítica.
“No basta llevar el apellido para ser digno de él”, advirtió Limia. Gerardo, al compartir ese pensamiento, no solo lo hizo suyo: lo oficializó. En Cuba, no todos los discursos son oficiales, pero sí hay discursos autorizados. Y lo que era un murmullo se convirtió en un grito: la impunidad simbólica de Sandro ha terminado.
“Sandro no es el enemigo… Sandro es un imbécil”, repite Limia, y Gerardo no lo corrige: lo respalda. La crítica ha dejado de ser patrimonio de opositores y exiliados. Ahora viene desde adentro, con nombres y apellidos.
Cuando voces como las de “El Necio” se suman también al coro, ya no estamos ante una crítica aislada. Es una campaña moral, con sustento histórico, ideológico y simbólico.
No se trata aún de un juicio penal ni de una condena judicial, pero en el complejo tablero de poder cubano, las condenas más duraderas no siempre se dictan en los tribunales. El nieto de Fidel ha sido abandonado por el mito de Fidel. Y cuando el mito se aparta, todo lo que queda es un joven atrapado en el vértigo de su propia vanidad, y una revolución marcando distancias.
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