En las últimas semanas, diversas publicaciones en redes sociales han puesto en evidencia un drama humano que se intensifica en las calles de La Habana: personas mayores, aparentemente perdidas, desorientadas y sin familia, deambulan sin que ninguna autoridad les brinde auxilio. Uno de los casos más recientes fue reportado por Yamile Dinza, quien publicó en Facebook una imagen de un señor de edad que caminaba sin rumbo en la calle Dolores, entre 18 y 19, en el municipio 10 de Octubre. La autora del post supuso que el hombre estaba perdido y apeló a la solidaridad ciudadana para identificarlo.
Las reacciones no se hicieron esperar. Usuarios como Liliana Sofía escribieron mensajes desesperados pidiendo que alguien le ofreciera comida o un gesto de caridad. “Señores, sé que las cosas en Cuba están duras y muy difíciles. Pero por Dios, alguien que le dé algo a ese pobre hombre. Una pizca de caridad”, suplicó. Marlene Arias Betancourt añadió: “¡Qué triste, por Dios! Sabrá Dios por lo que ha pasado, y de seguro está muerto de hambre y sin familia. Nadie que le dé un plato de comida, al menos un pan. Muy triste lo que pasa en este país”.
Lo más indignante no es solo el abandono en que se encuentra este hombre, sino la total ausencia de una respuesta por parte de la policía o las autoridades locales. Nadie aparece, nadie pregunta, nadie se hace responsable.
Este caso no es aislado. Hace apenas un mes, en el municipio de Centro Habana, se reportó otro anciano desorientado que estuvo sentado por horas en un banco público hasta que vecinos le ofrecieron agua y comida. La policía fue llamada en varias ocasiones y nunca llegó. Según testimonios recogidos en redes sociales y por medios independientes, las autoridades suelen ignorar estas alertas, alegando falta de recursos o limitaciones institucionales. La realidad es que muchas personas mayores están siendo abandonadas, ya sea por sus propias familias o por la estructura social que debería protegerlas.
La desatención policial en estos casos es constante y alarmante. En vez de actuar con rapidez y humanidad, las fuerzas del orden brillan por su ausencia. Mientras tanto, es la población quien intenta paliar el sufrimiento de los más vulnerables, compartiendo imágenes, ofreciendo alimento o cuidando temporalmente a estas personas sin hogar ni rumbo.
El problema es complejo, pero el silencio de las instituciones lo convierte en tragedia. Las denuncias se acumulan, pero no se vislumbran soluciones. Y los ancianos siguen vagando, invisibles para quienes deberían protegerlos.
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