En la Cuba de la década de 1980, se gestó un ambicioso proyecto de desarrollo automotriz que, aunque poco recordado hoy, prometía colocar a la Isla en el mapa industrial de la región. Se trataba de la producción de motores diésel —de entre 6 y 12 cilindros— bajo la marca Taíno EB, un plan estrechamente vinculado al destacado empresario español Eduardo Barreiros, fundador de Diésel Motores Industrias S.A. (DIMISA), una figura clave en la industria automotriz ibérica.
El objetivo principal del programa era reconvertir motores soviéticos de gasolina, como los del modelo ZiL-130, a diésel, y desarrollar motores propios de 10 cilindros bajo la marca Taíno. Las proyecciones iniciales eran ambiciosas: alcanzar una producción anual de hasta 10 mil unidades.
Para materializar la iniciativa, se adaptó la planta Amistad Cubano-Soviética y se construyó una fábrica de prensas en la zona de Guanajay, hoy perteneciente a la provincia de Artemisa. También se implementó un taller de utillaje para apoyar los procesos técnicos del proyecto.
Según el portal especializado Piel de Toro, se contemplaba incluso la exportación de estos motores hacia Sudamérica, y su promoción en ferias industriales de países aliados del bloque socialista como la República Democrática Alemana, Bulgaria y Rumanía. También se planearon variantes marinas e industriales de los motores Taíno, así como versiones adaptadas para maquinaria agrícola, como las combinadas cañeras.
Sin embargo, el proyecto no prosperó. Las dificultades inherentes al sistema económico socialista, sumadas al colapso del bloque del Este —marcado por la caída del Muro de Berlín en 1989 y la posterior disolución de la Unión Soviética— terminaron por sepultar la iniciativa. También quedó frustrada la intención de Barreiros de extender sus negocios a África, en particular a Angola, país que en aquel entonces salía de un prolongado conflicto armado (1975–1991).
Durante su estancia en Cuba, Barreiros compartió su experiencia con jóvenes diseñadores cubanos como profesor invitado del Instituto Superior de Diseño (ISDI) y fue reconocido con el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de La Habana. Además, el gobierno capitalino le otorgó la medalla Giraldilla, como muestra de gratitud por su contribución al desarrollo técnico de la ciudad.
Eduardo Barreiros falleció de forma inesperada en La Habana el 19 de febrero de 1992, a los 72 años. Le sobrevivieron su esposa, quien falleció en 2017, y sus hijos, Eduardo Javier y Mariluz, quienes conservan el legado de un pionero cuya visión industrial aún despierta admiración entre conocedores del sector.
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