El periodista cubano Javier Díaz, residente en Miami y conductor de noticias en la televisión de Estados Unidos, compartió en redes sociales un testimonio cargado de frustración y dolor que refleja la realidad de miles de familias cubanas separadas por el exilio y la crisis de la isla.
Díaz relató que mientras conversaba con su abuela en La Habana, un apagón repentino interrumpió la videollamada, dejando el encuentro en sombras y en silencio. “Me quedé sin ver a mi abuela, solo le veía los espejuelos”, lamentó el periodista, recordando que lleva casi nueve años sin poder verla en persona y que las videollamadas son la única vía de comunicación que mantiene con ella.
El corte de electricidad, descrito por Díaz como otra muestra de la “miseria de país, de calamidades y de agonías” que atraviesa Cuba, puso fin a un momento que para cualquier familia en el exilio representa un respiro en medio de la distancia. “No sé hasta cuándo Cuba tiene que pagar su eterna maldición”, escribió con evidente indignación.
El caso de Javier no es aislado. La mayoría de los cubanos que viven fuera de la isla solo pueden mantener contacto con sus seres queridos mediante videollamadas, una alternativa que, lejos de ser estable, se ve constantemente amenazada por dos factores: los apagones eléctricos y la mala conexión a Internet en Cuba.
Pese a que en 2018 se habilitó el acceso a datos móviles, el servicio continúa siendo caro, inestable y de baja calidad.
Las videollamadas suelen entrecortarse, congelarse o interrumpirse de manera abrupta, lo que convierte cada intento de comunicación en un acto de paciencia y esperanza.
Para miles de familias, esos minutos de video son lo más cercano a un abrazo, un cumpleaños o una despedida.
La frustración de Javier Díaz sintetiza el drama de una nación donde la distancia se hace doblemente dolorosa: la física del exilio y la tecnológica, impuesta por un sistema incapaz de garantizar lo más básico.
Mientras tanto, los cubanos siguen viendo a sus seres queridos a medias, pixelados o en penumbras, con la incertidumbre de si habrá electricidad o conexión suficiente para sostener una conversación completa.
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