La crisis del transporte público en La Habana ha llegado a un punto límite. Según cifras oficiales, solo 130 guaguas operan actualmente en las rutas principales de la capital cubana, mientras que más de 280 permanecen paralizadas por falta de piezas, averías técnicas y escasez de combustible.
De los 435 vehículos con los que cuenta el sistema, apenas el 35% se encuentra en funcionamiento, un indicador que refleja la magnitud del colapso. En consecuencia, las rutas más transitadas —entre ellas las 17 de alta demanda y 112 adicionales que conectan barrios periféricos— se han visto reducidas a su mínima expresión, dejando a miles de habaneros varados durante horas.
En las paradas, el panorama es caótico: colas interminables, guaguas abarrotadas y pasajeros desesperados por subir al primer ómnibus que logren alcanzar. “Se ve bastante transporte, pero está crítico. Mucho transporte pasa vacío y no recoge, además está mal distribuido”, comentó un usuario, reflejando una realidad que mezcla la escasez con una gestión ineficiente.
A pesar de los esfuerzos de los transportistas privados, los precios elevados de los taxis colectivos, bicitaxis y almendrones hacen que la mayoría de los ciudadanos no pueda costearlos. “Los precios están carísimos todavía. Está muy caro, demasiado caro”, señaló otro pasajero, que reconoce que moverse por la ciudad se ha convertido en un lujo.
Las autoridades admiten la gravedad de la situación, pero sus soluciones parecen lejanas. El gobierno asegura estar implementando un programa de recuperación que incluye la compra de neumáticos, baterías y piezas mecánicas, así como la incorporación progresiva de ómnibus eléctricos. Sin embargo, la falta de motores y el deterioro de la infraestructura siguen frenando cualquier avance real.
La crisis energética nacional también ha contribuido al colapso del sistema. La escasez de combustible ha reducido el número de rutas activas y los horarios de servicio, priorizando únicamente el transporte escolar y sanitario. Mientras tanto, la mayoría de los habaneros debe ingeniárselas para llegar al trabajo, la escuela o al hospital.
Expertos señalan que el problema va más allá de la logística. Se trata de un sistema estructuralmente colapsado, afectado por décadas de mala gestión, corrupción y falta de inversión. La dependencia de donaciones extranjeras y de ómnibus de segunda mano solo prolonga una crisis que ya no puede disimularse.
El gobierno promete una renovación del transporte urbano, pero en las calles de La Habana la desesperanza y la frustración crecen. Las guaguas pasan cada vez menos, los precios suben y los ciudadanos sienten que la movilidad —un derecho básico— se ha convertido en otro de los tantos privilegios perdidos en la Cuba actual.
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