Después de meses de ocultamiento y manipulación informativa, el régimen cubano ha reconocido por primera vez la gravedad de la crisis epidemiológica que azota a toda la Isla. En una intervención televisiva que sorprendió incluso a los más escépticos, la viceministra de Salud Pública, Carilda Peña, admitió que existe una “situación compleja” por el incremento alarmante de enfermedades como Hepatitis, Sarna, Dengue, Chikungunya y Oropouche.
Pero detrás de su tono moderado se esconde un drama nacional. La funcionaria intentó minimizar el alcance de la crisis asegurando que “solo han ocurrido tres fallecimientos en lo que va de año”, una cifra que choca frontalmente con los reportes de médicos, pacientes y periodistas independientes que describen una realidad devastadora: hospitales colapsados, falta de medicamentos básicos y comunidades enteras sin atención médica.
En barrios de La Habana, Camagüey y Santiago, las denuncias se multiplican. Padres desesperados muestran a sus hijos con sarna y fiebre sin poder conseguir ni un antihistamínico; ancianos con hepatitis esperan semanas por análisis que nunca llegan; y los hospitales pediátricos, otrora orgullo del sistema de salud cubano, hoy apenas pueden ofrecer sueros y promesas.
Mientras tanto, las autoridades intentan contener el escándalo con discursos técnicos y cifras maquilladas. Pero el pueblo, que vive el drama en carne propia, sabe que el brote está fuera de control. Las calles son focos de mosquitos, la basura se acumula por falta de transporte y los consultorios médicos de familia, que deberían ser la primera línea de defensa, permanecen cerrados o sin personal.
Medios del sur de la Florida también han mostrado su preocupación ante el riesgo que representan los constantes vuelos entre Cuba y Estados Unidos. Cientos de pasajeros viajan a diario, algunos posiblemente portando enfermedades contagiosas. Expertos sanitarios advierten que aunque el dengue no se transmite por vía aérea, los mosquitos Aedes aegypti pueden llegar a otros países en aeronaves, lo que encendió las alarmas internacionales.
El reconocimiento oficial llega tarde y sin soluciones. En lugar de asumir la magnitud de la emergencia, el régimen intenta maquillar la tragedia con eufemismos, mientras millones de cubanos enfrentan sin medicinas ni recursos una de las peores crisis sanitarias de las últimas décadas.
Cuba, antes ejemplo de salud pública, se hunde hoy en una pesadilla epidemiológica que la cúpula dictatorial no puede esconder.
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