En Altamira, Santiago de Cuba, las últimas horas han marcado no solo el rugido del huracán Melissa, sino el eco de un grito antiguo... ¡el del abandono!.
Las lluvias arrasaron techos, las paredes cedieron y las casas, ya vencidas por el tiempo y la desidia, se vinieron abajo. Pero entre tanto desastre, una verdad se impuso con fuerza: el pueblo se salvó solo.
Mientras las autoridades aparecían tarde, con cámaras y discursos, fueron los vecinos quienes se lanzaron a rescatar a los ancianos atrapados, a sacar niños del agua, a abrir puertas para alojar a familias enteras que lo habían perdido todo. La solidaridad se convirtió en refugio. En cada cuadra hubo un héroe anónimo que ofreció un plato de arroz, un colchón seco o un abrazo en medio del miedo.
El huracán mostró la cara más dura de la naturaleza, pero también dejó al descubierto el verdadero desastre: la indiferencia del sistema. Años de promesas vacías, de techos que nunca se repararon, de materiales que “no alcanzaban”, se vinieron abajo junto con los muros. Los barrios como Altamira no cayeron por el viento, cayeron por el olvido.
Hoy, entre escombros y lodo, las familias preguntan con rabia y dolor: ¿dónde estaba el Estado cuando había que reforzar, prevenir y cuidar? Los reportes oficiales hablan de “control” y “organización”, pero en las calles, el único control lo tuvieron los vecinos que se unieron para sobrevivir. Nadie los evacuó, nadie los asistió a tiempo. No hubo manos oficiales, solo manos del pueblo.
Melissa pasó, pero dejó al descubierto la fractura más profunda: la del contrato entre un pueblo y un gobierno que le dio la espalda. En Altamira no se habla de política, se habla de dignidad. Porque la gente que no tiene nada, lo dio todo para salvar a otros. Porque cuando el poder se esconde tras micrófonos, la humanidad se levanta desde el suelo.
Y así, entre ruinas, la comunidad vuelve a levantarse, no por promesas ni consignas, sino por amor y coraje.
Altamira no pide compasión: exige respeto y soluciones. Porque cuando todo se vino abajo, solo quedó en pie lo más valioso que tiene Cuba: su pueblo.
Del perfil de Yosmany Mayeta
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