El Acuario Nacional de Cuba, que durante décadas fue una joya turística y un referente en investigación marina en el Caribe, atraviesa hoy una crisis de conservación que alarma a visitantes, ambientalistas y ciudadanos.
Imágenes captadas esta semana muestran el devastador estado de un recinto que alguna vez fue sinónimo de ciencia, entretenimiento y orgullo nacional. En sus mejores años, este espacio no solo albergaba a cientos de especies marinas, sino que ofrecía espectáculos con delfines y leones marinos, programas educativos para escuelas, y desarrollaba investigaciones para la protección de la fauna acuática.
Hoy, esas postales de alegría y aprendizaje han quedado en el pasado, reemplazadas por un escenario de abandono y deterioro extremo. Las fotografías evidencian la magnitud del problema: la entrada principal, aunque aún reconocible, presenta pintura descascarada, paredes sucias y grietas visibles.
Las áreas de servicio tienen bebederos oxidados y sin agua; las piscinas, que alguna vez recibieron aplausos, yacen vacías, corroídas y bloqueadas por escombros; el costado marítimo presenta barandales al borde del colapso, con riesgo evidente para cualquier visitante; y en las pocas piscinas aún en uso, las aguas son turbias y están plagadas de basura, donde una tortuga marina sobrevive en condiciones deplorables, convirtiéndose en un símbolo vivo del descuido institucional.
El problema no es solo estético. “La degradación del acuario implica una amenaza directa para la vida de las especies que permanecen allí, muchas de ellas en peligro”, alertan activistas que han documentado la situación.
El deterioro estructural y la falta de recursos humanos y materiales reflejan una gestión incapaz de proteger el patrimonio natural del país. Este abandono no es un hecho aislado.
En La Habana, otras instalaciones históricas de recreación, como el Zoológico de 26, también muestran signos críticos de abandono. Lo que antes eran espacios de esparcimiento familiar, llenos de actividad y risas infantiles, hoy se han convertido en lugares desiertos, sin el cuidado mínimo que requieren animales, visitantes y estructuras.
En el Zoológico de 26, jaulas vacías, maleza crecida, áreas clausuradas y condiciones precarias para las especies que aún habitan allí son parte de una realidad que indigna a la ciudadanía.
“Lo que estamos viendo es la pérdida acelerada de espacios creados para la educación ambiental, la investigación y el disfrute de las familias”, señalan organizaciones independientes que piden intervención inmediata.
La situación de estos centros que antes eran de esparcimiento de niños y adultos es deplorable y como todo lo que pasa en la Isla, víctima del abandono y la negligencia de los que deben preservarlos.
Fuente: Reporte Cuba Ya
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